El hombre que confundió a su mujer con un sombrero no realmente es un libro de ciencia. Se trata más bien de una recopilación de casos clínicos que ha tratado Sacks, en la que nos detalla cómo viven sus increíbles dolencias diversos pacientes, entremezclado con sus reflexiones personales, entre filosóficas y psicológicas. La combinación es espectacular y consigue que el ánimo del lector parezca estar montado en una montaña rusa.
Uno empieza asombrándose por los increíbles efectos que pueden tener algunas lesiones cerebrales: Memorias que no duran más que unos minutos, miembros y partes del cuerpo fantasmas, cuerpos que no son sentidos como propios por sus dueños, superdotados idiotas pero profundamente sensibles, incapacidad para reconocer caras, palabras o gestos, ancianas que de repente se vuelven desinhibidas y picantonas... Tras el estupor llega la tristeza, cuando Sacks explica las extrañas y a veces terribles consecuencias de cada caso en el día a día, los problemas y obstáculos, cómo les obliga a vivir. Pero casi inmediatamente, el neurólogo, claramente positivista, saca a la luz la capacidad de la adaptación humana, la búsqueda continua de una razón para la existencia, las mejores capacidades ocultas que casi siempre presentan y su propio trabajo por ayudar a sus pacientes a dar sentido a su vida y ser más felices. Todo con un estilo ágil, brillante y muy vivo.
Es un libro duro, emotivo, humanista y cautivador, y por eso, por ser como la vida misma, es muy recomendable. Yo diría que imprescindible, tanto si te gusta la ciencia como si no. Tiene casi tres décadas, pero no se nota nada.
Por cierto, acabo de leer en Fogonazos algo que desconocía: El propio Oliver Sacks sufre prosopagnosia, una dolencia que ha visto a menudo entre sus pacientes y que le impide reconocer las caras de las personas. Y ha editado un libro explicando sus vivencias y experiencias. Tiene que ser apasionante.
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