Tras leer el artículo publicado en Público y titulado "El odio a mi cuerpo fue mi Ozempic", firmado por Enrique Aparicio, en el que relata su experiencia con su sobrepeso y expone opiniones sobre el medicamento Ozempic, he decidido escribir este post para comentar algunas de sus reflexiones y para exponer algunas de las mías. Así que, obviamente, antes de leer este artículo conviene leer el de Enrique.
Para empezar debo decir que comparto muchas de las opiniones y emociones que Enrique expresa en su texto. Como expliqué en esta charla de hace unos años, hay evidencia sobrada de la existencia de gordofobia en nuestra sociedad. Una gordofobia generalizada, despiadada y tan normalizada que con frecuencia no somos conscientes de estar totalmente inmersos en ella, como víctimas y como victimarios. Por eso empatizo con los detalles que aporta sobre su experiencia particular, ya que el estigma que sufren las personas con sobrepeso es tan real como injusto. Y también coincido con él en que, con mucha frecuencia, la mayor motivación personal para la pérdida de peso no viene dada por el interés por la salud, sino por la importancia que damos a unas proporciones antropométricas concretas y por nuestro deseo de sentirnos atractivos y aceptados.
Sin embargo, hay otra parte del artículo con la que discrepo. Me refiero a lo relacionado con el Ozempic (nombre comercial del medicamento que tiene como principio activo la semaglutida), uno de los agonistas GLP-1 que se han desarrollado y se están utilizando para tratar la diabetes tipo 2 y la obesidad. A la hora de valorarlo Enrique se decanta por posicionarse en el extremo más crítico y negativo. Y para justificarlo recurre a diversos argumentos que, en mi opinión, son muy discutibles.
Su crítica comienza enumerando posibles efectos secundarios —un ejercicio que siempre es bastante atemorizante para cualquier medicamento, sea cual sea— haciendo especial hincapié en uno de ellos, el cáncer de tiroides. Más adelante, en su argumentación contra este tratamiento farmacológico, Enrique trata de quitar importancia a los efectos negativos para la salud del sobrepeso, sugiriendo que hay otras cosas que también son malas y que nos preocupan menos. Pero lo cierto es que el hecho de que haya otras cosas malas no quita importancia a algo relevante. En este sentido, los datos indican que los efectos negativos para la salud del sobrepeso no han dejado de crecer y se calcula que está detrás de cinco millones de muertes al año (1, 2, 3, 4, 5).
Además, intentando desacreditar posibles beneficios de algunas estrategias de pérdida de peso existentes, Enrique recurre al mismo comportamiento que anteriormente critica, la estigmatización; en este caso la estigmatización de quienes han decidido abordar una intervención de ese tipo. La cirugía bariátrica la describe como "una amputación de un órgano sano", obviando que este tipo de operaciones no se hacen por capricho y —si se prescriben adecuadamente— tienen beneficios demostrados (y también efectos secundarios, claro) (1, 2, 3, 4). Al Ozempic le acusa de funcionar gracias a la creación de un "desajuste hormonal", cuando lo cierto es que el concepto de "desajuste hormonal" es algo también discutible y complejo de evaluar; de hecho, la obesidad sí que está asociada a una amplia relación de posibles "desajustes hormonales", que pueden empeorar significativamente la salud de quienes la sufren (1, 2).
Todo ello desemboca en el párrafo final, en mi opinión el más desacertado. Parece que considera que el único enfoque válido para gestionar una situación de obesidad es el que él mismo ha utilizado durante los últimos tiempos. Y para convencernos de que otras opciones no son razonables ni aceptables, afirma de forma tajante que "los riesgos mucho más numerosos y graves de gestionar la ingesta de alimentos a través de una alteración hormonal deberían hacer que nos echemos las manos a la cabeza". Y predice que el uso del Ozempic vendrá acompañado de trastornos alimentarios y psicológicos que generarán "una auténtica crisis de salud pública".
¿Qué hay de cierto en estas afirmaciones tan graves?
Antes de nada hay que entender que no sólo son los medicamentos los que tienen efectos secundarios, cualquier intervención puede dar lugar a resultados indeseados. Por ejemplo, la recomendación de andar en bicicleta es indiscutiblemente positiva en general, con claros y numerosos beneficios, pero puede aumentar la cantidad de accidentes traumáticos y el riesgo de mortalidad al ser victima de accidente de tráfico (1, 2, 3). Ir al colegio aporta educación, conocimiento y vida social a los niños, pero puede aumenta el riesgo de suicidio infantil (1, 2). La luz eléctrica artificial en el interior de los hogares conlleva numerosas ventajas, pero también podría estar relacionada con el gran aumento de la incidencia de miopía en todo el mundo (1). Por ello, una evaluación de riesgos de este tipo debe realizarse considerando ambas perspectivas, tanto el riesgo como el beneficio. Por ejemplo, las estatinas se administran a millones de personas para reducir el colesterol; pueden tener efectos secundarios, pero también reducen el riesgo de mortalidad y eventos cardiovasculares (1). Por su parte, las vacunas tienen efectos secundarios conocidos, pero la reducción de enfermedades infecciosas que consiguen y las vidas que salvan merecen claramente la pena (1).
En el caso del Ozempic, en efecto, puede haber efectos secundarios, como ocurre con todos los medicamentos. Pero la gran mayoría de los estudios indican que son pocos y leves (1, 2, 3, 4 ). Y respecto a su relación con el cáncer, las revisiones sistemáticas más recientes no encuentran asociaciones significativas (1, 2). De hecho, la posible relación con el cáncer de tiroides que se ha detectado en algún estudio es incluso menor que la que tiene la insulina (1).
Lo cierto es que las afirmaciones alarmistas de Enrique no tienen fundamento. Las evaluaciones de las agencias de medicamentos son positivas (1) y la cantidad de estudios y revisiones científicas sobre los efectos del Ozempic se acumula (algunos llegando hasta los 5 años de duración), con resultados muy positivos (1, 2, 3, 4, 5, 6, 7). No solo para la pérdida peso y la gestión de la diabetes tipo 2, también se asocia con un menor riesgo de mortalidad y de una buena cantidad de enfermedades y patologías cardiovasculares, metabólicas y neurológicas (1, 2, 3, 4); incluso con un menor riesgo de consumo de sustancias adictivas (1, 2).
Ciertamente, todavía no se sabe si los agonistas GLP-1 (y otros similares que se están desarrollando y probando) van a ser capaces de conseguir lo que todavía ninguna otra estrategia ha conseguido, frenar la incidencia creciente de obesidad en el mundo desde hace décadas y reducir sus enfermedades asociadas. Ni tampoco sabemos si pueden aparecer más efectos secundarios significativos a más largo plazo por su utilización continuada, sobre todo más allá de los 5-10 años. Pero los datos actuales invitan a ser optimistas, no pesimistas. Están muy lejos de mostrar una próxima crisis de salud pública, más bien al contrario.
En definitiva, comprendo lo que Enrique plantea y entiendo su situación particular. Pero basándome en los datos existentes, no puedo compartir una parte importante de su artículo, la que pretende alarmar, innecesaria e injustificadamente, contra este tipo de medicamentos.
Todo ello no quita que haya asignaturas pendientes importantes. Durante los próximos años los expertos estarán muy atentos a los datos de próximos estudios, especialmente los que se hagan a largo plazo. Evaluarán la posible presencia de nuevos efectos secundarios, así como su relevancia, y actualizarán posteriormente los análisis de riesgo-beneficio. También habrá numerosos estudios en los que se analizarán diferentes regímenes y protocolos de estos medicamentos, para observar las diversas respuestas que pueden conseguirse en diferentes colectivos y personas. Y si los resultados siguen siendo positivos, las autoridades sanitarias y políticas además tendrán que gestionar la accesibilidad a los mismos, ya que actualmente existen muy pocos fabricantes y han establecido precios desorbitados.
Eso sí, mientras todo eso ocurre, no debemos olvidar que detrás están las personas, con situaciones y vivencias muy complejas, que pueden necesitar más elementos y apoyos para gestionar sus circunstancias particulares, su pasado y su futuro. Y que todavía tenemos pendiente la asignatura de la gordofobia, por supuesto.
1 comentario:
Muchas gracias por tu articulo Centinel, como casi todos los tuyos pienso que muy acertado. Al leer el artículo de Enrique Aparicio no puedo por menos que comprenderle, ya que yo llevo en una situación parecida muchísimos años. Pero de ahí a cargar contra la semaglutida de esa manera, y sin realmente aportar evidencias, hay un tramo. Un poco de amimefunciona: estoy tomando Wegovy desde hace unos seis meses, y de acuerdo con mi médico manteniendo la dosis semanal bastante baja. Esto me hace que no tenga casi efectos secundarios, alguna nausea de vez en cuando, y que baje peso de una manera lenta (kilo y medio o dos al mes), pero a mi parecer sostenible. Este ritmo además creo que me está ayudando a consolidar unos buenos hábitos que (esa es mi esperanza), me ayuden a mantener el peso una vez tenga que dejar la medicación, cosa que tendrá que suceder algún día.
En definitiva, creo que la semaglutida me está ayudando a mejorar mi salud, y de momento no le veo mayores inconvenientes.
Un saludo,
Pablo
Publicar un comentario