1.7.11

El verdadero árbol de la evolución

Las imágenes y los esquemas son magníficos para explicar o entender ideas. Se suele decir que una imagen vale más que mil palabras, y, aunque soy un poco crítico con ese dicho, a menudo contiene mucha razón. Nuestro cerebro está mejor preparado para asimilar la realidad mediante la interpretación de figuras y símbolos.

Sin embargo, esta característica  a veces da lugar a problemas si la idea que queremos transmitir es demasiado compleja o si la imagen que utilizamos es inadecuada o está excesivamente simplificada. Por ejemplo, cuando éramos niños, nos explicaron y representaron la evolución como algo más o menos así:

Las explicaciones poco precisas y los dibujos animados y documentales simplistas también se basaban en esta representación de la evolución, por lo que cuando preguntas sobre el tema a la gente adulta y formada, (incluidos los que no creen en ella) la mayoría entienden la evolución así. Y cuando la explican, la describen prácticamente tal cual. 

Sin embargo, esta representación es profundamente incorrecta. Lleva a pensar que la evolución es simple y que el ser humano está en la cúspide de la misma, que es su obra suma o algo así. Grave error. Basta con ver una representación más precisa para entender la evolución de una forma más realista:


Ni somos los más evolucionados, ni ninguna otra cosa demasiado excepcional. Aunque destacamos por ser los más inteligentes (hasta el momento), no somos más que un pequeño granito de arena en el desierto de especies, y muchas de ellas nos superan en otras infinitas capacidades. Y si no que se lo digan a las bacterias, que llevan miles de millones de años dominando el planeta (han sido y son mucho más numerosos que los seres humanos en unidades, volumen, peso o como queramos medirlo).

Imagen de La ciencia y sus demonios.

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