El otro día un amigo me comentaba cómo le había indignado escuchar a un tertuliano radiofónico criticar el derroche que era el Gran Colisionador de Hadrones (LHC a partir de ahora). En su opinión, la humanidad tiene otras prioridades más urgentes como para gastar tanto dinero en ese enorme experimento que no se sabe qué nos va a aportar. Este tipo de

razonamientos es habitual cuando se debate sobre lo que cuesta la ciencia, así que voy a dar mi opinión al respecto.
Una de las cosas que nos distinguen del resto de animales vivos, que nos convierte en especiales entre todas las especies que han existido hasta la fecha, que, en definitiva, nos hace humanos, es la curiosidad. Muy pocos animales son capaces ni siquiera de tener conciencia de sí mismos. Nosotros, sin embargo, podemos imaginar cosas e ideas de una complejidad increíble, pensar en el futuro y reflexionar sobre el pasado. Hemos conseguido entender el lenguaje de la naturaleza, las matemáticas, muy diferente al lenguaje entre seres vivos, y comprender no sólo el funcionamiento de las cosas cercanas de nuestra Tierra, sino también de los objetos alejados a millones de kilómetros; la inmensidad del universo y la infinitesimalidad de las partículas más pequeñas.
El conocimiento científico también ha aumentado enormemente nuestra capacidad de modificar las cosas. La medicina y la tecnología nos han permitido tener agua en nuestras casas, levantar construcciones de todo tipo, volar y atravesar océanos en tan sólo unas horas, estar comunicados mediante ondas electromagnéticas, hacernos una resonancia magnética a la búsqueda de enfermedades en nuestro organismo. Es cierto que también lo hemos mal-utilizado, aplicándolo para matar con efectividad y hacer sufrir.
Y cuanto más sabemos, más especiales nos volvemos. Nos convertimos en más inteligentes, más profundos, más analíticos, con más perspectiva. Y todo esto, en definitiva, nos hace más humanos. La inteligencia y el amor son, en mi opinión, la esencia de la raza humana. Pero no se trata de olvidar ninguna de ellas, sino de reforzar ambas.
El tertuliano tenía razón en algo: Hay otras prioridades más importantes que el LHC. Pero ¿vamos a dejar a un lado la astrofísica, por ejemplo, para abordarlas? Si la opción fuese "Niños se mueren de hambre o LHC" lo tendría claro. Salvemos a los niños. Pero resulta que hay otras cosas que podemos dejar de hacer para atender esas otras prioridades. Por ejemplo, las guerras. O también, el rodearnos de cosas innecesarias. Leo en el Washington Post que la guerra de Irak
cuesta 750 millones de dólares al día. Y que las olimpiadas de China
han costado 42.000 millones. Dicen que el LHC
ha costado 6.000 millones, es decir, la séptima parte que las olimpiadas o lo mismo que nueve dias de guerra en Irak. O lo que ha aportado cada banco americano hoy mismo para sortear la crisis temporal que estamos viviendo. ¿Es eso derrochar? Es fácil hacer demagogia en estos temas. Con el 10% de su sueldo ese tertuliano al que mi amigo escuchaba podría salvar la vida de varios niños africanos todos los meses. ¿Cada vez que coma en un restaurante, cambie de móvil o se compre una televisión plana, está dejando de salvar vidas?
Además, en el caso del LHC hay una motivación más para apoyarlo incondicionalmente. Es un proyecto que nos permitirá profundizar en el conocimiento de los componentes primordiales de la materia y la energía, un camino que debemos conocer si queremos saber cómo se creó nuestro universo, como funciona y como será su futuro. Algo de importantísimas implicaciones científicas y filosóficas.
¿Merece la pena el LHC? Claro que sí. Mucho más que muchísimas otras cosas en las que utilizamos ingentes cantidades de recursos y que en lugar de más humanos, nos convierten en más imbéciles.