(Este artículo es la continuación de este otro).
Aquella larga noche en el pueblo maldito de Ochate no resultó ser lo que esperábamos, pero en ninguno de los sentidos. No recuerdo con precisión cuál era nuestro estado anímico después de que el chalado y su supuesto hijo se marcharan, pero fuese cual fuese, lo que ocurrió después nos dejó más tiesos que una vela.
Serían sobre las once de la noche, chispeaba de vez en cuando, el frío se iba colando por debajo de nuestras cazadoras y el poco fuego que quedaba en el bidón era incapaz de abrir el más mínimo resquicio en la negrura que nos rodeaba. Y aprovechando el típico "ángel", esos segundos en los que se hace un incómodo silencio, de nuevo sin avisar llegó la siguiente visita. No, no fue una aparición de ultratumba ni ninguna presencia etérea. Era el alcalde del condado de Treviño. O al menos eso nos dijo, después de que sucediera esta conversación:
(el) - ¿Por qué habéis hecho fuego ahí?
(nosotros)- Es que como estaba todo el suelo mojado y no queríamos acercarnos demasiado a los postes del cobertizo, hemos pensado que era el mejor sitio.
- Pues esos bidones se usan para dar de comer (¿o beber?) a las vacas.
- ¡Huy vaya! Lo sentimos, no lo sabíamos. Ahora mismo lo apagamos y lo limpiamos.
- Bah, es igual, ya no tiene remedio, manda coj....
- ¿Quiere un poco de vino?
- Bueno.
No sé si realmente era el alcalde, pero la escena fue muy similar a la anterior... pero desde el punto de vista contrario. El tipo se fue caldeando con cada trago de vino y respondió encantado a nuestras preguntas, soltando frases que todavía recuerdo perfectamente, porque incluso las grabamos:
"¿Yo ver luces y cosas aquí? ¡Siempre he vivido aquí y nunca he visto nada raro!"
"¡No me extraña que haya gente que vea cosas, vienen aquí y se meten de todo! ¡Así yo también veo! ¡Y los que no se meten están como cabras!"
"Una vez pillé a dos hippies en pelotas y fumando porros tumbados dentro de aquel pajar de allí. ¡Podían haberlo achicharrado! ¡Saqué el bastón y les dije que si no se iban cagando leches, me liaba a ost... con ellos! ¡No veas como corrían, los hij... pu..."!
El caso es que al ver que éramos relativamente formales, le reíamos las gracias y además le habíamos donado buenos tragos a coste cero, se marchó casi dándonos un abrazo. Y aquel segundo encuentro nos sirvió para estar comentando otro buen rato, mientras escuchábamos la grabación recién realizada de la conversación con el curioso y escéptico alcalde. Incluso siendo en playback nos volvimos a reír al oír la historia de los hippies, imaginarlos corriendo desnudos por aquel inhóspito lugar era esperpéntico, fuera o no real la historia.
El caso es que nos acercábamos a la medianoche y teníamos que tomar una decisión. ¿Después de aquella ducha de realismo, merecía la pena ir a la torre famosa a intentar algún "contacto" o mejor nos metíamos en la semi-caída tienda de campaña a intentar dormir un poco? Porque, esta vez sí, parecía que la animación había terminado, así que o hacíamos algo para entretenernos o lo mejor era acortar la noche durmiendo.
Pero de nuevo nos equivocamos y Ochate nos volvió a sorprender...
Sigue en la parte 3.
3 comentarios:
Centinel, te sigo siempre con mucho interés, pero, desconocía esta faceta tuya de escritor por entregas. Me tienes en un "sin vivir".
Estoy de acuerdo con jea. Quiero leer como termina la historia
Tranquilos, en breve tercera y última parte ;-)
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